jueves, 4 de mayo de 2017

Vos viste cómo son las minas.

De chico puse a prueba los límites de mi vieja constantemente. Por qué no puedo hacer ésto, por qué no puedo ir a tal lugar, por qué está mal ésto, por qué, por qué, por qué. Y por qué.
No era muy honesto tampoco con ella. Y como mentiroso incipiente me pisaba solo lógicamente.
Y vos viste cómo son las minas, les mentís una vez y ya desconfían para toda la vida.
Fer: "Mamá, puedo quedarme a dormir en la casa de Pablo esta noche, tenemos que hacer un trabajo para el colegio."
La gringa: "Sí, claro, dos veces si querés. Hablo todos los días con tu maestra, no tenés nada para hacer con Pablo."
Obviamente no era cierto nada. Ni lo que yo decía ni lo que ella me decía. Pero yo le creía que hablaba con mi maestra.
Fer: (pensando) "Me descubrió, cómo hace."
Ya les conté que me pasaba horas jugando a la pelota con mis amigos del barrio. Obviamente, desde que oficialmente terminaba la siesta, es decir a partir de las cinco de la tarde.
Una de esas tardes estábamos en el campito de la Torasso, había llovido, todo lleno de barro ... hermoso. No hermoso para una madre que tiene que lavar la ropa. Pero sí hermoso para uno.
La cuestión es que fui a buscar la pelota y me resbalé. Me sostuve apoyándome sobre el césped con mi brazo izquierdo. También se resbaló el gordo Roberto y cayó con toda su humanidad sobre mi brazo. No fue hermoso.
Estamos hablando de un muchacho cruza de rinoceronte con tanque de guerra. Y estamos hablando de un Fer peso lástima de doce años.
Sentí un ruido y de inmediato empecé a revolcarme del dolor.
Me senté a un lado de la cancha hasta que terminó el partido, realmente no podía seguir. El dolor era insoportable.
Llegué a casa y le conté todo a mi vieja, peeeeeero, vos viste cómo son las minas:
Fer: "Ma, estaba jugando a la pelota y se cayó el gordo Roberto encima de mi brazo, me lo quebró."
La gringa: "Qué te lo va a quebrar, mirá vos, andá a bañarte, mira la roña que tenés encima, y mirate las zapatillas!!! Las zapatillas del colegio!!!."
Una tironeada de patillas y a bañarse. Me quedé una hora poniendo el brazo izquierdo bajo el chorro de agua caliente porque me calmaba algo el dolor.
Me pasaba los días con el brazo encogido porque no podía hacer nada con él. Estábamos en vacaciones de invierno por suerte.
Teníamos una estufa de esas con dos velas. A la siesta la encendía y acercaba el brazo porque el calorcito me aliviaba.
Fui a la carga una vez más.
Fer: "Ma, en serio, tengo el brazo quebrado."
La gringa: "Claro, para venir a la casa estás quebrado, bien que si podés salir a juntarte con los changos."
Vos viste cómo son las minas.
En fin, una tarde me fui a la casa de un amigo que vivía al lado de casa y me prestó su patineta. Empecé a usarla. Iba pisteando como un campeón, di con una piedra y me caí. Adivinen sobre cuál brazo. Ese.
Empecé a revolcarme otra vez del dolor y fui a mi casa:
Fer: "Mamá, llevame al médico por favor, me duele mucho el brazo."
La gringa: "Mirá, cuantito me hagás gastar una orden al pedo eh?."
Fuimos al traumatólogo, me tocó el brazo, hizo sacar una placa y lanzó el diagnóstico:
Médico: "Señora, su hijo tiene una fractura a la altura de la muñeca. Acá puede verla claramente."
La cara de mi vieja era todo. Y no empiecen con la gilada de "ay, muñequita quebrada".
El camino de vuelta a casa fue de ambos en silencio, sentados uno al lado del otro en un coche de la línea 3. Yo ya enyesado, claro. Y muy enojado con mi vieja. Y ella, vos viste cómo son las minas, le costó (bastante) pero admitió que se equivocó y me pidió perdón.
Ma, te amo, pero la tengo anotada. Una semana sin yeso por vos.

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